jueves, 11 de noviembre de 2010

la "fuga de cerebros científicos" en México.

En años recientes se han realizado varias encuestas en México para conocer el tamaño de nuestra fuerza científica. Como quiera que se mida (número de científicos activos, número de proyectos en marcha, número de publicaciones, número de estudiantes graduados, etc.) los resultados siempre han confirmado lo que todos sospechaban y los científicos sabíamos muy bien: como el resto del país, la ciencia en México está subdesarrollada.

Uno de los datos más elocuentes (por mencionar sólo uno, que apoya lo que sigue) es que mientras en México sólo hay una persona trabajando en la ciencia y el desarrollo por cada 10 000 habitantes, en la República Federal Alemana hay 20, en Japón 36, en Israel 40 y en EUA 42. Eso quiere decir que para nuestro país cada científico es 20 veces más importante que en Alemania o 40 veces más importante que en los EUA. Por lo tanto, podría suponerse que uno de los "problemas nacionales" con más alta prioridad debería ser la "fuga de cerebros científicos".

Nada de eso. También se pensaría que las autoridades e instituciones responsables de la contratación, apoyo, reconocimiento y retención de los hombres de ciencia en México ya han realizado un estudio exhaustivo de las condiciones óptimas para cumplir con sus objetivos. Nada de eso.

También parecería lógico que cada caso individual de "fuga de un cerebro científico" fuera objeto de un análisis cuidadoso y profundo, que permitiera ir corrigiendo las fallas en el sistema detectadas por el prófugo. Nada de eso.

Finalmente, se hubiera esperado que la Academia de la Investigación Científica tomara la iniciativa de llamar la atención de las más altas autoridades políticas y académicas de México a este urgente problema. Nada de eso.

La política oficial de México ante el obvio y grave problema de la "fuga de cerebros científicos" ha oscilado entre la falta total de reconocimiento de su existencia y la burla grotesca, ignorante y de pésimo gusto ante su urgente realidad.

Sin embargo, el problema no sólo existe desde hace muchos años sino que en estos tiempos su magnitud amenaza con agravarse en forma inminente. Las consecuencias de tal pérdida serían mucho más dolorosas y prolongadas que la caída del precio del petróleo en el mercado internacional, porque no sólo comprometerían nuestro presente sino que además cancelarían nuestra participación en el futuro; de hecho, en el mundo contemporáneo y en el siglo XXI (en el que van a vivir nuestros hijos y nuestros nietos) no hay lugar para los países que no sean científicamente fuertes.

Los dos ejemplos más claros de la disyuntiva que nos presenta el futuro son Irán y Japón, dos países con tradiciones culturales antiguas y riquísimas; sin embargo, después de sacudirse heroicamente de una dictadura brutal (la del shah), Irán escogió un camino radicalmente anticientífico.

En cambio, Japón terminó la segunda Guerra Mundial derrotado y casi totalmente destruido, pero apenas 40 años después ya funciona en nuestro mundo como un joven y poderoso gigante, gracias a que adoptó un desarrollo basado en la ciencia y la tecnología.

La medida más genuina del éxito de cualquier estructura social es el grado de paz y felicidad que alcanzan todos sus miembros; en mi opinión, a principios de este año de gracia de 1986, los ciudadanos iraníes son mucho menos felices que los ciudadanos japoneses, y además lo van a seguir siendo por muchos años más.

Todo lo anterior es preliminar a los siguientes comentarios sobre las distintas formas que actualmente adopta la "fuga de cerebros científicos" en México, tal como las percibe un miembro antiguo y permanente de nuestra "comunidad científica".

En mi opinión, la "fuga de cerebros científicos" que nos agobia y pone en grave peligro nuestro futuro ocurre a través de tres salidas o compuertas diferentes: 1) la "muerte prematura"; 2) la "fuga interna" y 3) la "fuga externa". Veamos algunas características de cada una de ellas, pero no sin antes aclarar que no considero este análisis ni completo ni definitivo, sino más bien preliminar.

1) La muerte prematura. Si se estuviera tratando de medir con cierta precisión la magnitud total de la "fuga de cerebros científicos" en México en los últimos 10 años, éste sería el componente más difícil de cuantificar. La razón es que se refiere a todos aquellos estudiantes que alguna vez incluyeron a la ciencia entre sus opciones para el futuro, pero la cancelaron tan pronto como obtuvieron información confiable sobre varios parámetros cruciales, como son su promesa de impacto en los problemas sociales más urgentes de México, su relevancia en una sociedad que todavía tiene que decidir si acepta a la ciencia como una alternativa viable para planear su futuro, su aceptación como una profesión para los padres de la que los hijos pudieran estar orgullosos y defender con éxito cuando en la escuela preprimaria surja la inevitable pregunta: "¿Qué es (o qué hace) tu papá?." La respuesta "es un investigador científico" tendrá que tener el mismo peso que otras respuestas, como "es médico", o "es abogado", o "es comerciante", o hasta "no sé" . Lo que no puede ocurrir es que cuando el niño interrogado de esa manera conteste que su padre es un hombre de ciencia, la reacción general sea de conmiseración o de lástima, porque entonces el niño seguramente no seguirá los pasos de su padre.

La "muerte prematura" es un fenómeno palpable en las instituciones de educación superior, en donde los investigadores vemos a los mejores estudiantes pasar de largo frente a la puerta de nuestros laboratorios.

Cada vez resulta más difícil convencer a los jóvenes inteligentes y capaces de que se incorporen a las filas de la ciencia; la gran mayoría prefieren (y con razón) las profesiones libres que pueden ejercerse sin necesidad de depender de un sueldo y para las que no cuentan las disposiciones como la de "ni una plaza nueva más", que a principios del año pasado congeló el mercado de trabajo de los científicos académicos mexicanos.

Finalmente, la "muerte prematura" como mecanismo de "fuga de cerebros" funciona cuando algún estudiante de maestría o doctorado decide abandonar el grado académico y dedicarse a otras actividades, decepcionado por los problemas de obtención de material y equipo, que cada vez están peor y no presentan visos de posible mejoría.

2) La fuga interna consiste en el abandono de trabajo científico por ocupaciones administrativas o de otros tipos. Cuando esto ocurre con un investigador ya maduro y con una carrera muy productiva detrás de él, y si además se trata de administrar a la ciencia, todos salimos ganando. Para citar un solo ejemplo, el doctor Arturo Rosenblueth, uno de los científicos más distinguidos que ha tenido México y que fue jefe del Departamento de Fisiología del Instituto Nacional de Cardiología por varios lustros, se retiró de ese laboratorio para fundar y dirigir durante sus primeros años al Centro de Investigación y Estudios Avanzados.

Pero esto no siempre ocurre así; lo más frecuente es que un investigador joven y con toda la vida por delante, cambie el laboratorio por un escritorio, encandilado por la posibilidad de adquirir autoridad para resolver tantos y tantos problemas con los que ha tenido que enfrentarse y en los que siguen empantanados sus colegas.

Lo grave de esta situación es que al investigador no se le puede sustituir con otro porque no hay, mientras que el trabajo administrativo es menos especializado y por lo tanto es más fácil encontrar sustituto para que lo desempeñe.

3) Finalmente, la fuga externa es la variedad más conocida y a la que habitualmente se hace referencia cuando se habla de "fuga de cerebros". Consiste en el exilio de los científicos mexicanos, que dejan nuestro país y se van a vivir al extranjero, en donde encuentran mejores condiciones de trabajo. Ésta es una realidad dolorosa, que le ha costado a México algunas de sus mejores gentes.

No se crea que es cosa del pasado; el éxodo es continuo y actual. En un país en donde los investigadores científicos somos tan pocos, cada uno que se exilia es una pérdida grave; además, son precisamente los más productivos, los que han formado grupo y han adquirido prestigio internacional, los que reciben las mejores ofertas del extranjero. Y no se crea que se trata de mercenarios, interesados únicamente en aumentar sus ingresos personales (aunque tampoco son sordos a la posibilidad de ofrecerle una vida más cómoda a su familia); son científicos en búsqueda de más horas invertidas en investigación y menos energías gastadas en frustración.

La "fuga de cerebros científicos" es un verdadero "problema nacional" que debería recibir la más alta prioridad de las autoridades relevantes. Lo peor que puede hacerse es negar su existencia o acusar demagógicamente a los que se van de "malos mexicanos".

Es indispensable que el problema se mire de frente y con honestidad, se examine minuciosamente sus causas y se propongan y ejecuten las medidas para eliminarlas. Se trata de una verdadera emergencia, en vista de que la crisis está haciendo cada vez más difícil la vida y el trabajo de los científicos mexicanos.


http://bibliotecadigital.ilce.edu.mx/sites/ciencia/volumen1/ciencia2/40/htm/sec_30.html

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